lunes, 3 de febrero de 2014

Descansando a la sombra.



Después de hacer el merecido homenaje a tan idolatrado profesor, como os decía hace un momento, sigo con el relato. Aunque esta noche me duelen los huesos, no quiero retirarme a descansar sin antes desgranar algo más de lo que aconteció hace tantos años. Sí, es cierto. Poco a poco me voy haciendo aficionado a esto del contar, a explicaros cosas que me sucedieron en mi añorada juventud. El hecho de tener un público que tenga cierto interés por  la historia de mi vida, me está convirtiendo en un enano algo fatuo, quizás. Sólo espero que no se me vaya la mano y me haga pesado, inaguantable. Querido escriba, si veis este desvío, o vosotros mis estimados amigos, hacédmelo saber. No quisiera convertirme en un viejo gruñón y pagado de sí mismo.

Sin más, prosigo. ¿Dónde nos quedamos? ¡Ah sí! Estaba explicando cómo llegamos al mediodía de nuestra primera jornada de camino a los campos de nuestros aliados. Pues sin más dilación sigo desde ahí:

Una vez los campesinos dejaron que nos acercáramos, toda nuestra tropa buscó cobijo bajo árboles y construcciones, algo alejadas de los humanos. Sólo el maestro Glûn y dos de sus más cercanos colaboradores compartieron mesa con los líderes de los labriegos. Por lo que se veía en la distancia se conocían y entendían bien, puesto que toda la conversación fue en un tono distendido y amigable.

Nosotros nos sentamos, aunque alguno más bien se dejó caer, bajo una hermosa higuera que mostraba sus frutos aún verdes. El fresco de la sombra nos ayudó a recuperarnos un poco, el ritmo de caminar de esta primera jornada estaba siendo endiablado.

 

Después de recuperar el resuello nos dispusimos a dar cuenta de algunas de las viandas que llevábamos. Al poco, se nos acercó un muchacho con una jarra de barro, sobriamente decorada, y una hogaza de pan, que nada más verla nuestro amigo Dáin, hacía ademán casi de arrancársela de las manos. Como líder de esta pequeña compañía, me adelanté al grandullón de mi amigo, levantándome para tomar lo que se nos ofrecía, entregando las vituallas a Náin que estaba a mi lado y acto seguido agradecí, como correspondía, ese amable gesto a nuestro anfitrión con un:

—¡Mil gracias joven señor! Grór, hijo de Thrór, y mis queridos hermanos: Náin, Dáin, Furin y Frálin, os damos las gracias, como os digo, y nos ponemos a vuestro servicio —acompañado el agradecimiento formal con una profunda y larga reverencia.

El muchacho, entre asombrado y divertido sonrío y respondió:

—¡No hay por qué darlas nobles señores enanos! Berengil, hijo de Berenthor al vuestro.
Dicho lo cual, nos volvió a sonreír y se alejó, muy erguido, hacía las cabañas dónde estaban, confiamos, su padre y demás parentela.

—Es joven pero se ve que es diestro en las fórmulas de cortesía —dije mientras mis amigos repartían ávidos la rica hogaza.

Además del excelente pan, el vino que nos servimos de la jarra nos ayudó a recobrar bríos que el descanso había apaciguado. Estábamos charlando tranquilamente cuando vimos acercarse a Berengil y antes de que llegara me alcé y le ofrecí que bebiera conmigo el resto del vino que quedaba. El chico sonrió, miró hacia las cabañas y, resuelto, cogió el vaso que yo le tendía, antes de beber dijo:

—¡Salud señores! Que Mahal, guíe vuestros pasos! —exclamó entre el regocijo de todos nosotros y de un solo trago dio cuenta del rojo líquido.

—¡Salud! —dijimos todos y bebí de mi copa.

Le entregué la jarra vacía y de nuevo le dimos las gracias. Él se alejó muy contento, parecía, de este encuentro con nosotros. Vimos que los diferentes grupos en que se había divido nuestra comitiva se empezaban a preparar para reanudar el viaje. Hicimos lo mismo. En poco tiempo estuvimos listos y a la señal del líder de la tropa nos despedimos con una uniforme reverencia, que fue muy del agrado de los campesinos, y seguimos nuestro viaje. El sol después de este descanso no calentaba tanto y se nos hizo más llevadera la larga tarde de este primer día del recorrido.

Queridos hermanos. Creo que por esta noche ha sido bastante. Creedme cuando os digo que estoy realmente achacoso. No lo parece, a pesar de mis casi cuatrocientos años, pero tal longevidad tiene su precio. En fin, me retiro a dormir. Espero veros mañana. Gracias.

viernes, 3 de enero de 2014

Un alto en el relato por un buen motivo.



De nuevo nos encontramos, mis queridos amigos. ¿Estáis bien? ¡Me alegro! Yo estoy muy feliz por sentir vuestra presencia, aquí en mi casa, noche tras noche. Realmente me llena de regocijo que a gentes como vuestras mercedes les pueda interesar la historia de mi vida. Como es por eso por lo que venís, para escuchar mi relato, no me demoro más y seguiré contando donde lo dejé la noche anterior.

Pero primero debo hacer una concesión a este pesado amanuense que es maese Marce. Me ha insistido mucho para que antes de seguir con mi relato, haga mención a un viejo profesor que dice conocer a través de sus libros e historias. Un profesor que, por lo que parece, debe de ser muy importante en su vida, aunque no me ha querido explicar mucho más que lo que aquí os digo. Fue (por lo visto ya murió) un erudito sin igual y un gran narrador o, por lo menos a nuestro amigo común así le parece. De hecho no ha traído consigo ningún libro o legajo que yo pueda leer, ni se atreve a contarme alguno de sus innumerables cuentos y relatos, con la excusa baladí de que no haría honor a tan gran obra con semejante contador. Modestia excesiva por parte de nuestro cronista, me parece a mí. ¿No creéis amigos míos? En fin, finalmente me dejo llevar por el amor que le tiene este escriba tan peculiar, que sigue afincado en mi humilde morada, a ese profesor que yo no tengo el gusto de conocer. Así que no tengo más remedio que alzar mi copa. ¡Mahal bendito! ¡Disculpad! ¡Qué error más imperdonable! ¡Servíos, servíos, amigos míos! ¡No hay cuidado! Disfrutad de esta espumosa cerveza que mi querido compadre Bonachón nos sigue sirviendo para nuestras nocturnas reuniones. Adelante, servíos y brindad con nosotros. ¿Cómo era maese? ¡Sí! Ya recuerdo. Alzo mi jarra por el Profesor JRR Tolkien, maestro entre maestros y Creador de Mundos. ¿Así está bien, estimado escriba? ¿Sí? ¿Os ha parecido que el brindis está a la altura de tan idolatrado personaje? Bien. Por cierto, ¿cuál es el motivo del homenaje? Ah, ¿por ser hoy la efeméride de su nacimiento? Y ¿cuántos años alcanzó? ¿81? ¿Sólo? ¡Ah! Disculpad maese, a veces no recuerdo que los hombres comunes como vos y este profesor no alcanzan la edad de los dunedain y mucho menos la longevidad que nosotros, los enanos, podemos llegar a disfrutar. Parece que fue una larga y provechosa vida la que tuvo este narrador, por lo que decís. Lo celebro y alzo de nuevo mi jarra por él y por vos, querido amigo.

¿Estáis satisfecho, mi buen cronista? Entonces si no os parece mal seguiré contando mi aventura, que es por lo que nuestros acompañantes han venido, ¿verdad?

La historia continua al mediodía de la primera jornada de nuestro viaje...

¡Sí! ¡Está bien! ¡De nuevo tenéis razón amigo mío! Sigo tu consejo.

Cómo dice este pesado escriba voy a dejaros ojear antes el mapa que pude mostraros hace unas jornadas, para que podáis situar los lugares que vaya nombrando en toda mi larga explicación. ¿Os parece bien? Perfecto. Aquí lo tenéis. Lo podéis consultar cuanto queráis. No tengo prisa.



Si lo observáis con atención, podréis ver que el viaje que teníamos que hacer era de veras de largo recorrido. Partimos de las Montañas Azules para atravesar todo el Noroeste de la Tierra Media, para llegar a las cálidas aguas de la Bahía de Balar, más al sur de Minas Tirith, la capital del reino de Gondor. Creo que así será más fácil que sigáis todo el periplo. ¿Se me olvida algo maese? ¡Ah! Sí. Tenéis razón mi buen Marce. Como me dice este amanuense que es el verdadero artífice de que esté todas estas noches explicándoos mi azarosa vida, si tenéis alguna duda sobre el mapa o sobre por dónde nos movimos por aquellos lugares en mi lejana juventud, solo tenéis que preguntar o enviar alguna misiva, así, raudo, responderé a vuestras cuestiones. ¿Ya? ¿Estás contento maese Marce? ¿He dicho todo lo que tenía que decir? En fin. A veces este cronista se vuelve de lo más pesado, ¡creedme!

No me demoro más:

sábado, 7 de septiembre de 2013

En camino.



Buenas noches amigos míos. Nos encontramos de nuevo para disfrutar de una velada en vuestra grata compañía. Celebro poder seguir disfrutando de estos momentos, que para un viejo como yo son de lo más agradecidos. Pasar mis últimos días con gente como todos vosotros me llena de satisfacción. No quiero extenderme más en halagos hacia vuestras mercedes, aunque creo que no son suficientes. Estimado maese Marce, ¿estáis preparado? Bien. Continúo con nuestra historia:

Finalmente partimos de nuestro hogar acompañando a aquella tropa de hermanos, lo que nos dio los ánimos suficientes como para esperar enfrentar con éxito cualquier inconveniente en el recorrido que compartiríamos con ellos. Nos mantuvimos al final de la columna y en los primeros momentos íbamos alegres, con las chanzas y algarabía, propias de nuestra juventud. El resto de la compañía iba más callada, con algún intercambio de impresiones entre alguno de ellos, pero nada parecido a todo el alboroto que íbamos protagonizando nosotros.

Como digo, esto fue al inicio de esta primera jornada, al cabo de un rato el primero en callarse fue Dáin. Normalmente no era un muchacho muy hablador así que se limitó a escuchar, reír y de tanto en tanto silbar alguna tonada que cantaba a voz en grito Náin, el bardo de nuestro pequeño grupo. Furin, al poco, se sumó al silencio y con él su primo Nain que así dejó de cantar (para suerte de todos nosotros). Frálin y yo seguimos un rato más con la conversación, pero ya en un tono más tranquilo.

El ritmo que marcaban el maestro Glûn y sus hombres era muy rápido. Causaba impresión verlos caminar a la velocidad que iban con unos bultos a las espaldas tan grandes. No se veía que ninguno aminorase el paso o que alguno perdiera el compás. Nosotros los seguíamos a corta distancia y por ahora ésta no se agrandaba, lo que nos motivaba para seguirlos.

El sol comenzaba a subir en el cielo y nuestro camino empezó a bajar, primero poco a poco y luego con una mayor pendiente; nos íbamos alejando del alto valle dónde estaba nuestro hogar, Zirak-Dûm. Aún era temprano, con lo que la luz y el calor eran soportables. Sin parar de caminar giré la cabeza y vi que ya no se veían las rocas que coronaban la ladera dónde se asentaba nuestro refugio.  

En seguida llegamos al bosque que estaba a los pies del valle, de donde nos servíamos de madera para nuestras construcciones y forjas. El camino seguía descendiendo y lo atravesaba y una vez salías del otro lado, éste continuaba en paralelo al Annúduinn, lo que podría hacer más fresco nuestro recorrido. Había estudiado el mapa y la ruta nos llevaba en dirección Este resiguiendo este río, para al cabo de unos 60 km toparnos con el Lhûn, del que el primero era afluente. Con lógica seguiríamos en ese momento dirección Sur hasta llegar al pueblo de Caras Celairnen en unos 3 o 4 días más a un buen ritmo. Así lo habíamos trazado y pensamos que yendo por esta vía, que nuestro pueblo ayudaba a reparar avanzaríamos mucho. Además alguno de nosotros habíamos ido en más de una ocasión hasta esta aldea en días de mercado para intercambiar productos, por tanto era un trayecto conocido.

Se hizo un alto en el camino después de atravesar el bosque. Llevábamos como un par de horas andando y todos íbamos con energías. Echamos la vista atrás y vimos las montañas, por encima de los árboles, y calculamos que detrás de la loma más cercana estaba nuestra casa, aunque ya no la veíamos. 



 
Después de beber un poco de agua  la compañía se puso de nuevo en movimiento, aunque en una dirección inesperada. Abandonamos el camino y tomamos dirección Sureste campo a través. En un principio nos miramos y pensamos que a lo mejor era un desvío momentáneo pero al cabo de media hora siguiendo en esa dirección no pude más y me adelanté para poder hablar con el maestro Glûn.

—¡Disculpad mi señor! ¿Abandonamos el camino?

—Sí. Atravesaremos Numeriador y con ello podemos ganar un par de días —explicó el maestro constructor.

Iba a replicarle que por el camino iríamos seguramente más rápidos por el mejor terreno, pero al ver la determinación en su cara, me lo pensé y opté por preguntar:

—Así, ¿Cuánto pensáis que tardaremos en llegar al Lhûn?

—Mañana a última hora de la tarde, si todo va como hasta ahora, podremos estar cruzando el vado de la Isla de la Piedra Muerta —dijo.

—¡En sólo dos días! Es un ritmo muy alto  —pensé en voz alta.

—¡Chico! Por eso digo si todo va como hasta ahora. ¿Tu compañía podrá seguir el paso? —preguntó entre risas de los veteranos que venían detrás.

—¡Por supuesto! No os preocupéis, no os haremos perder el compás. Si me disculpáis voy a trasmitir la nueva ruta a mis compañeros.

—Me parece muy bien —concluyó con una sonrisa maliciosa en el rostro, aderezada con otras carcajadas del resto de hermanos que iban en vanguardia.

Regresé malhumorado por las burlas con mis amigos y les comuniqué el cambio de dirección.

—¡Chicos! ¿Habéis descansado y almorzado bien? —Antes de que respondiera ninguno seguí —Lo digo porque vamos a ir a un ritmo frenético. El maestro Glûn quiere estar mañana por la noche en la Isla de la Piedra Muerta.

Sólo Náin se atrevió a preguntar lo que todos pensábamos:

—¡Por Mahal Bendito! ¿No pararemos a descansar esta noche?

—Supongo que sí, pero al ser verano tenemos muchas horas de sol por delante. Así que ¡cogeros los machos y no perder el ritmo! No quiero que se rían más de nosotros.

A partir de ese momento nuestra compañía no desplegó cánticos, ni bromas, ni risas inútiles. Todas las fuerzas las concentramos en el camino y en seguir la caminata que iba abriendo el maestro albañil, él el primero de todos, delante de la columna. Así estuvimos atravesando unas colinas cada vez más bajas y más desprovistas de árboles que nos cobijaran del sol, que a medida que pasaban las horas más apretaba. De tanto en tanto me giraba para ver cómo iban siguiendo el paso mis amigos. El que peor impresión me daba era Daín, a pesar de toda su fuerza, se le veía con un andar deslavazado y torpe. Su altura y seguro que su poco dormir de la noche anterior no le ayudaban. El resto se mantenía a ritmo, también porque no llevaban tantos bultos como él y yo. Y a mí no me iban mucho mejor las cosas, la verdad, aunque aún podía seguir la velocidad.

Hacia el mediodía atravesamos por una vereda unos campos de trigo preparados para la siega y nos gustó pensar que parte de este cereal, una vez trabajado, sería parte del pan que comeríamos en Zirak-Dûm. Calculé que estos eran dominios de los hombres de Numeriador que comerciaban con mi pueblo. De pronto escuchamos con voz entrecortada a Dáin exclamar:

—¡Qué daría por comerme un pan recién horneado!



El lamento de nuestro amigo nos hizo reír a todos y con ello, Náin se arrancó a cantar una canción de taberna que hablaba de pan, vino y de otros manjares y placeres que todos querríamos degustar en este momento. Y nos sumamos a cantar con él. Y en la segunda estrofa se añadieron otros hermanos de la compañía que también se la sabían.

Recorrimos este tramo con algo más de alegría y llegamos al final de estos campos sin segar. Nos encontramos un camino más ancho que iba de Sur a Norte, pero lo atravesamos y seguimos en dirección Este por otra vereda. En esta zona se veían, más adelante, porciones de tierra donde se había ya segado el cereal. En este momento la columna aminoró el paso y al poco vi como Glûn hablaba con su segundo. Miré más adelante y vi unas construcciones de las cuales se veía salir una pequeña columna de humo. Sin detenernos pudimos advertir como el maestro constructor y 3 enanos más se adelantaban a un paso muy rápido. Me maravillé de la velocidad que llevaban con semejantes pesos y en este terreno tan irregular. En poco tiempo los destacados llegaron hasta las cabañas que cada vez veíamos más cerca. Observé como salían un grupo de hombres a su encuentro y como entablaban una conversación, al parecer, amistosa. Me percaté que el resto de nuestros hermanos también se distendían y aseguraban sus armas, que por cierto yo no había visto que preparasen.

Bueno mis queridos amigos. Por ahora lo dejo aquí. En seguida vuelvo y os relato lo que sucedió en este primer encuentro de este largo viaje.

¡Nos vemos en seguida!